Rúpac: Más allá de las nubes

agosto 15, 2012 0 Comments A+ a-


Para aprovechar al máximo el festivo del 28 de julio, salí tempranito de casa, antes que amaneciera, a, con mi mochila y carpa a cuestas, hacia el mundo de los Atavillos. Para llegar a Rúpac es necesario viajar hasta Huaral y hacer una parada en el mercado para abastecerse de fruta, agua, algunos energizantes (hojas de coca y caramelos de limón) y tomar un buen desayuno, yo generalmente opto por un buen plato de patasca que me aguante el camino. Luego hay que viajar algo de tres horas hasta La Florida, a casi 2500 msnm, un pueblo sereno y apacible en donde se compran los tickets de ingreso al Complejo Arqueológico de Rúpac y se firma el libro de visitas. Una vez hecho los trámites es necesario llegar hasta “San Salvador de Pampas”, conocido como el “pueblo fantasma” ya que está deshabitado puesto que sus antiguos pobladores migraron a La Florida por concentrarse aquí la mayor actividad agrícola de la zona. 

En Pampas es necesario prepararse para el ascenso, ya sea calentando motores o refrescándose en los servicios higiénicos ya que este es el último punto en donde podemos encontrar agua potable. Desde aquí, a casi 3100 msnm, empieza el ascenso a pié durante 7.5 km. En el camino, me encuentro con más trekeros y turistas, tácitamente formamos una caravana silenciosa para conquistar la montaña. Las caminatas largas y sobre todo en altura exigen ahorrar energía y oxígeno por lo que es importante no fatigarse platicando, sino que bien puede aprovecharse el camino para arrojarse a la contemplación ya que el paisaje es hermoso: caídas de agua, un horizonte precioso con siluetas de montañas, abismos y tramos sinuosos. A determinada hora los rayos del sol te iluminaban tan directamente que se torna difícil visualizar el sendero y hay que tener cuidado pues de pronto es plano y espacioso como pendiente y estrecho. Cuando el sol comenzó a ocultarse todo se volvió color de fuego. Fue hermoso...

El cansancio hace que nuestras mochilas o equipajes se sienta cada vez más pesados, la respiración más difícil, los pasos más lentos... Tuve temor de quedarme atrapada a mitad de camino a oscuras con la llegada de la noche, así que apresuré el paso no sin antes tomar unas fotografías al espectáculo del anochecer entre las montañas. Sin embargo, era noche de luna llena así que a pesar de que me cogió la noche en pleno camino, el sendero siempre estuvo perfectamente iluminado y pude continuar sin mayor complicación ni necesidad de linternas, solo dosificando las energías y el oxígeno hasta llegar a la cima. 

No me di cuenta cuando llegué porque llevaba la mirada fija en el camino y como era de noche las sombras no me alertaron el término del sendero. Escuché voces y enseguida dos jóvenes se acercaron a ayudarme con la mochila que llevaba en la espalda y la carpa que llevaba en la mano derecha. Eran turistas que habían llegado antes que yo y ya habían instalado sus carpas y encendido la fogata. Yo ni siquiera pude hablar, me temblaban las rodillas y llevaba la ropa mojada se sudor. Me ayudaron a armar la carpa mientras me calentaba cerca al fuego y una vez instalada me cambié la ropa y salí para sentarme cerca de la fogata (me senté tan cerca que pensé que me encendería), me estaba congelando y había perdido sensibilidad en la nariz y en la yema de los dedos. Algunos turistas más llegaron después de mí, los vi desfilar mientras tomaba algo de sopa caliente preparada en el calor del fuego, aun tiritaba de frío pero sin drama, estaba feliz. A la mañana siguiente, cuando por fin aclarara el día, podría ver el complejo arqueológico que se levantaba a pocos metros de nuestro campamento.

La temperatura descendió tanto que jamás pude conciliar el sueño, a excepción de una hora en la que me quedé dormida, de 2:00 am a 3:00 am. A eso de las 4:00 me armé de valor para salir de la carpa y caminar por el campamento, no llegué muy lejos pues la luna ya no alumbraba y todo estaba muy oscuro pero el espectáculo estaba en el cielo. Me conmoví mucho. Miles de estrellas salpicadas por doquier brillaban -titilando- escandalosamente. No recordaba haber visto un cielo similar, ni siquiera en Markahuasi! Lamentablemente por más que intenté, mi pequeña Lumix no pudo captar el maravilloso espectáculo que me ofrecía esta población de luciérnagas astrales.

Cuando recordé el detalle del frío (luego me enteré que estuvimos a 5º C esa noche) volví a mi carpa y aunque no pude dormir por lo menos estuve algo protegida del frío hasta que a las 4:30 me alisté y aguardé a que amaneciera. Cuando escuché las primeras voces del campamento, salí de la carpa, cámara en mano. Los madrugadores eran apenas 6 o 7 que -al igual que yo- tampoco habían podido dormir. Algunos recolectaban leña y otros aguardábamos el amanecer... ¡Imposible perdérnoslo después de tanto esfuerzo! Se encendió nuevamente la fogata y no me aparté del fuego, ya casi eran las 5:00 am y aún no amanecía, el espectáculo se hizo esperar pero cuando los primeros rayos del sol se dibujaron frente a nuestros ojos se nos fue el habla. Fue impresionante verlo. Me alejé del grupo algunos metros y me senté en la hierba, helada aún, rodeada de paz y silencio en lo alto de la montaña. Era 29 de julio y había amanecido en Rúpac, muy lejos de casa, muerta de frío pero feliz a 3550 m.s.n.m.

Cuando el campamento entero despertó, preparamos sopa y algunos repartieron barras de chocolate, otros algo de pisco para combatir el frío. Luego nos dimos cuenta que desde la cima de la meseta podíamos divisar un colchón de nubes debajo de nosotros, no lo creíamos hasta que alguien dijo "Oh estamos sobre las nubes! Y sí, efectivamente, las nubes lo cubrían todo, es decir no nos permitían visualizar el camino por donde habíamos llegado, no se veía nada, solo las montañas pues el sendero y los pueblos más abajo estaban cubiertos de espesos cúmulos de nubes que se despejaron muchas horas después. No faltaron quienes me contaron que a partir de Enero, el espectáculo de las nubes se ve mucho más cerca, aumentando la sensación de estar caminando sobre ellas!

En fin, luego de habernos repuesto de la sorpresa de las nubes nos fuimos a conocer el poblado de Rúpac, que es un complejo arqueológico. Las casas de los atavillos, llamadas "cullpis" lucían perfectas como en las fotografías que admiraba en mis épocas de universitaria emocionada. Sin embargo luego descubrimos con tristeza que mientras nosotros pernoctábamos en un campo cercano al complejo para no dañar sus estructuras, algunos otros visitantes no tuvieron reparo alguno en acampar dentro del complejo a pesar de estar prohibido ya que perjudica su estado de conservación.




A eso de las 10:00 am ya teníamos las carpas deshechas y nuestras cosas empacadas. Las dejamos en el campamento para visitar de cerca el complejo de "Rúpac”, término aymara que significa “llamarada roja” debido a que en los atardeceres, el sol ilumina las construcciones pintándolas de un hermoso color rojo que predomina en el lugar. Este poblado fue el principal asentamiento de los Atavillos, uno de los señoríos que se formaron tras el decaimiento de la cultura Tiahuanaco-Wari. La ubicación geográfica de Rúpac era estratégica ya que es desde las cimas de las montañas desde donde se puede divisar mejor los valles y controlar la defensa de los territorios en amenaza constante por la riqueza de sus tierras.

Las construcciones de los Atavillos reciben el nombre de cullpis, viviendas hechas en piedra de uno, dos y hasta tres niveles impecablemente distribuidas cuyos techos de grandes lajas de piedra y paja proporcionaban una especie de calefacción natural. Los cullpis están diferenciados, ya que según las jerarquías de los habitantes tenías puertas de distintas proporciones. También pudimos ver cullpis o casitas para las mallquis o momias, algunas de ellas aun contienen huesos dentro de ellas. Con la llegada de los incas, el pueblo de los Atavillos sucumbió ante este gran imperio hasta la llegada de los españoles, cuando el complejo de Rúpac fue finalmente deshabitado y sus pobladores obligados a migrar y fundar el pueblo de “San Salvador de Pampas” respondiendo así los españoles a sus deberes evangelizadores en nuestras tierras. 

El complejo arqueológico de Rúpac es el mejor conservado de Lima puesto que es el único que aún conservan sus techos originales en piedra. Además de ello, ostenta el título de Patrimonio Cultural de la Nación pero tal y como pudimos constatar el lugar carece del control y del cuidado que realmente merece. Si tú eres de aquellos que respeta nuestro patrimonio e historia, no olvides difundir el respeto que debemos tener frente a estas construcciones y la naturaleza que nos rodea. Fue muy triste e indignante pasear por este hermoso complejo sorteando las carpas de aquellos que sin el menor respeto habían acampado dentro de estas edificaciones ancestrales.

En fin, luego de haber recorrido el complejo volvimos al campamento para recoger las carpas y el resto del equipaje y emprendimos la caminata de regreso a Pampas. A pesar de que gran parte del camino es en descenso, se realiza un buen esfuerzo que agota las pantorrillas por lo que llegué extenuada a eso de las 1:00 pm y de ahí un bus nos llevó de regreso a La Florida en donde almorzamos una deliciosa sopa de habas.

Era de noche cuando llegué a casa, a pesar del cansancio fue espectacular conocer Rúpac y la historia de los Atavillos... Volveré en enero.

U.