Tomar un bus y volver a ti
Había vuelto a mi querido Bryce esa tarde en la que salía de trabajar y tomé por error, no el bus que me llevaba más pronto a casa sino el más lento y eterno. Y no solo eso sino que además tenía los asientos más pequeñitos del mundo. Tal es así que de rato en rato tenía que estirar mis piernas y/o intentar cambiar de posición, aunque este cambio sea tan solo una movida de apenas unos milímetros.
Y en una de esas seudo-estiradas me percaté que ahora el bus en su interminable tour por todo "Lima, la bella", que ese día era mucho más y a mi pesar, "Lima, la gris", estaba cruzando la calle en donde está la clínica esa que quedaba frente del lugar en dónde te conocí y que tantos buenos recuerdos traerá siempre a mi mente como un Niágara rabioso de momentos. En fin, la clínica aquella por donde una día pasaba yo, una tarde igualita a esta, con una amiga -no recuerdo quien en realidad- y de donde salías tú, tan bello, tan níveo, tan perfecto y tan enyesado también. Y claro, los nervios benditos que se apoderaban tanto de mí cada vez que te veía no me permitieron seguir mirándote, tal vez porque estabas acompañado y no quise siquiera mirar quien sostenía tus brazos, tal vez porque en aquellos días, tú y yo ni siquiera hablábamos ni nada, tal vez porque caminaste solo unos pasitos y tu acompañante se aproximaba a tomar un taxi o tal vez porque yo me ocupé demasiado en pensar y tratar de descubrir cómo, en dónde, con quién y cuándo te habías lastimado el pié de esa manera.
Y recordé también como desde aquel día, tuve especial interés de verte, cada día y a cada momento, porque el no saber de ti atormentaba mi silencio tan mudo y tan ajeno a mí. Y me las arreglaba para llegar a la oficina en el mismísimo instante en que tú llegabas, a la misma hora, al mismo minuto y al mismo segundo, aunque claro, a veces yo como obligándome a serenarme, optaba por las escaleras cuando tú a mediana velocidad y muletas bajo el brazo tomabas el ascensor. Y a veces, recuerdo bien, yo llegaba a mi piso en el preciso instante en que el ascensor se abría frente a mí y me enfrentaba solo a tu mirada y tu ceño fruncido tan propio de ti y me saludabas, entonces yo también te saludaba y como quien no quiere la cosa, me iba de lo más tranquila a mi oficina, tratando de que la velocidad de mis pasos sea directamente inversa a la velocidad del palpitar de mi corazón y saludando a mis amigos con buena voz como para ahogar el sonido retumbante de ese órgano que tenemos todos en el centro del pecho, inclusive tú.
Y claro, cómo no recordar que después de toda esta odisea titánica que en realidad no duraba más de un minuto, me refugiaba en mi escritorio dispuesta a olvidarte y a comenzar el trabajo diario, pero solo dispuesta, porque en esos instantes me asaltaban los pensamientos y se me ocurría que la próxima vez entraría al ascensor contigo a solas, bueno, contigo y tus muletas, porque estando así de desprotegido bien podría yo agarrarte a besos y saciarme de tus labios porque hacía tanto tiempo que no probaba nada de ti… y luego el bache, que me trajo a mi realidad y a unos 6 años después de aquellos días y a esos ascensores y esas muletas… "Cojudeces se te ocurren, hijita" -decía una voz en mi mente- pero lo cierto es que todo eso recordé esta tarde en que yo viajaba en un bus dulcemente incómodo y había vuelto a leer a mi adorado Bryce.
P.d. Y también de por aquellos días es también un recuerdo en el que yo acompañada de tres grandes amigos, fui a beber un par de cervezas (o más) a un lugar cercano a ti. Y cómo me ganaron nuevamente las ganas de llamarte y preguntarte cómo estaba tu pié enyesado. En mi recuerdo, tú me contestas sorprendido, aunque bien pudiste estar apenado de lo tonta que era yo y lo mal que me hacía adorarte tanto… El tiempo en realidad va manipulando mis recuerdos y ahora ya no sé si solo contestaste admirado que "estoy mejor y gracias por preguntar", o si "estoy bien y mejor ya deja de llamarme" o "estoy bien, amor de mi vida" ja, ja... Sé que no fue así, porque seguí bebiendo y cantando y llorando aunque para adentro, para que nadie se diera cuenta, nunca, de lo mucho que te seguía amando aunque ya ni siquiera te acordaras de mí.
U.