¡Markahuasi!
A pesar de lo que muchos creen, para respirar aire fresco y disfrutar de un cielo azul no hace falta salir de Lima pues nuestra sierra limeña tiene rincones impresionantes que bien pueden visitarse en un día o en un fin de semana como es el caso de San Pedro de Casta, un pueblito hermoso escondido en los andes y a donde volví bien acompañada de mi amiga Natita. La primera vez que lo visité fue hace como diez años, yo acababa de dar a una luz y fue un poco caótico el ascenso hasta la meseta de formas caprichosas, pero mejor se los cuento por partes. Para esta travesía es necesario llegar primero al pueblo de Chosica, desde el parque Echenique salen los buses hacia el pueblo de San Pedro en dos horarios, a las 9:00 am y a las 2:00 pm. La travesía dura poco menos de tres horas así que pueden elegir en función a la disponibilidad de tiempo que tengan.
Nosotras no pudimos llegar a tiempo para abordar el bus de las 9:00 am, así que aprovechamos para abastecernos de cuanto capricho vacacional se cruzara por nuestra mente en la bodeguita más cercana. Para este tipo de aventuras siempre es bueno llevar provisiones: agua fresca, fruta, barras energéticas y caramelos o chocolate, todo lo que pueda aportar energías, oxigenarnos un poquito y combatir el frío.
Abordamos el bus de las 2:00 pm con varios turistas y pobladores de la zona, algunos se iban quedando en las comunidades del camino. El sendero que nos lleva hacia el pueblo de Casta es ahora una trocha no muy difícil de cruzar, no fue así la primera vez que lo visité ya que por lo abrupto del camino, hubo harto movimiento y el viaje se me hizo eterno. Ahora todo es más rápido, el mismo polvo inundando el ambiente -eso sí-, el mismo viento agitando nuestros cabellos, pero en poco menos de tres horas siguiendo el margen del río Santa Eulalia, pudimos avistar el pueblo como una islita en medio de un océano reluciente de flores de mostaza.
San Pedro de Casta está a 3180 msnm y es un pueblo limeño cada vez más visitado por quienes disfrutamos de los encantos de nuestra cordillera. Cuando llegamos eran casi las 5:00 pm. así que fuimos directamente a buscar hospedaje, elegimos la "Casa del Turista" que es cómodo, seguro y no muy costoso. Los alojamientos en Casta son diversos, también hay pensiones y todos con buenos precios, muy accesibles. Nuestra habitación era cálida a pesar de la bruma helada que empezaba a caer en el pueblo, congelando paredes y filtrándose por las ventanas y rendijas de las puertas. Nos abrigamos bien y salimos a disfrutar de la noche casteña.
La plaza central es medio desnivelada pero encantadora y en uno de sus extremos se encuentra la Iglesia de San Pedro que tiene una torrecita bastante pintoresca no muy visible en la noche. Fuimos a comer algo y a tomar el infaltable mate de coca para contrarrestar al frío y los estragos de la altura. En Casta todas las casas huelen a tierra apisonada de los suelos, a mate de coca, a las carnes que han hervido en las sopas del almuerzo, a ropa y polleras calientes. Los pobladores nos miran como siempre miran a los recién llegados, con algo de desconfianza algunos, con grandes sonrisas otros. Yo quería decirles a todos que estaba feliz de haber vuelto pero mejor me contuve y guardé energías, respiré hondo para llenar mis pulmones de aire.
La Oficina de Turismo es sencilla. Un joven amigable nos atendió y pudimos comprar nuestros boletos para subir a la meseta de Markahuasi muy tempranito a la mañana siguiente. En esta oficina también se pueden separar los caballos para el ascenso ya que la cima abraza los 4000 msnm. La meseta de Markahuasi es muy conocida por su bosque de piedras en el que se han formado enigmáticas figuras que se van develando con los rayos del sol, aunque también es un centro de energía y un maravilloso observatorio de estrellas y constelaciones, sin embargo nuestro equipaje no nos permitía el gusto de acampar en la cumbre de la meseta. Eso lo dejamos para una próxima visita.
Para llegar a Markahuasi hay dos opciones: viajar a pie, con lo cual se llega más o menos en unas 3 o 4 horas; y viajar a lomo de caballo que la Oficina de Turismo renta para tal fin, con lo cual el viaje se reduce a solo 45 minutos de adormecimiento muscular. Esa primera noche, contratamos los caballos y luego nos fuimos a dormir, pues había que despertar tempranito al día siguiente. Indispensable: detenerse algunos minutos para disfrutar de las estrellas. Es alucinante.
Para llegar a Markahuasi hay dos opciones: viajar a pie, con lo cual se llega más o menos en unas 3 o 4 horas; y viajar a lomo de caballo que la Oficina de Turismo renta para tal fin, con lo cual el viaje se reduce a solo 45 minutos de adormecimiento muscular. Esa primera noche, contratamos los caballos y luego nos fuimos a dormir, pues había que despertar tempranito al día siguiente. Indispensable: detenerse algunos minutos para disfrutar de las estrellas. Es alucinante.
A la mañana siguiente, tomamos nuestro mate caliente acompañado de generosos panes con queso. Los caballos estaban listos y esperándonos afuera del establecimiento. Natita, entusiasmada, se trepó en el suyo cual amazona que regresa a casa, cómoda y alegre. Por mi parte, no montaba a caballo desde un paseo escolar cuando tenía casi 6 años, así que como podrán imaginar no pude trepar al lomo con el arte de mi querida amiga, pero lo que no había de experiencia sobraba en entusiasmo así que nos fuimos bien acomodaditas sobre el lomo de nuestros caballos que luego descubrimos se llamaban Capricho -el mío- y Dulce -el de ella-. Las mejillas nos quemaban de contento, las montañas verdes brillaban bajo un sol recién nacido y los dueños de los caballos caminaban a nuestro lado al trote de los animales, guiando el sendero.
El pueblo se iba viendo cada vez más pequeñito mientras nos alejamos y las montañas fueron mostrando nuevas caras pues la vegetación va variando según la altura. Después de casi 45 minutos de ascenso, un arco de piedra anunció la llegada a la cima, los paisajes que vi en el camino son verdaderamente indescriptibles.
La meseta de Markahuasi tiene casi 4 km de extensión, las grandes rocas de granito que contiene poseen curiosas formas por efecto de la erosión del viento y la lluvia a lo largo del tiempo y han sido bautizadas con nombres según sus apariencias como la Piedra de la Humanidad, La Tortuga o el Valle de las Focas, por citar algunas; aunque el científico peruano Daniel Ruzo sostenía que estas formaciones eran esculturas de los pobladores de una antigua cultura, los “Masma”, una teoría bastante interesante pero aun difícil de comprobar.
Aquí en la meseta se suele acampar ya que el paisaje es impresionante aunque no hay ningún servicio en la cima, por lo que se debe cargar el equipamiento necesario desde Casta. Hay que tener mucho cuidado con el frió, ya que en las noches la temperatura puede disminuir hasta 0º, pero una vez tomadas las precauciones podrán disfrutar de un ambiente tranquilo y relajante, un gran observatorio de estrellas y hasta de ovnis según testimonios amigos.
Natita y yo recorrimos la meseta casi por dos o tres horas, platicando de todo y admirando el lugar, por momentos parecía que estuviéramos solas en aquel universo, trepamos grandes rocas, encontramos lagunitas como espejos del cielo, mucho silencio, mucha paz... Inclusive en uno de nuestros descansos nos quedamos dormidas bajo el sol.
Luego de varias horas decidimos regresar al pueblo agradecidas por la deliciosa mañana en las alturas. Esta vez hicimos el retorno a pie teniendo mucho cuidado con el estrecho camino. Cuando llegamos al pueblo, nos fuimos directamente a almorzar, ¡moríamos de hambre! En Casta la comida es buenísima y accesible a todos los bolsillos: sopas sustanciosas, guisos y mates calientes. Se come bien y se disfruta.
Nuevamente en la noche salimos a caminar por el pueblo, por su plaza desnivelada y sus callecitas empedradas, las casas son en su mayoría de adobe, muchas tienen balcones y techitos inclinados donde secan las papas al sol. Tuvimos suerte pues era noche de luna lo que propició se alargara nuestra plática caminando en la oscuridad hasta que el pueblo entero pareció irse a dormir y solo parecían acompañarnos los grillos.
Amaneció muy rápido el domingo, en un abrir y cerrar de ojos el sol nacía entre las montañas y luego todo estaba teñido de verde bajo el cielo celeste, perfecto. Dimos un último paseo para tomar desayuno, comprar moldes de queso, paltitas de la zona y llevarnos en el equipaje las maravillosas sonrisas de los pobladores que te invitan a volver siempre. A las 9:00 am el bus hacia Lima estaba a punto de partir. Tomamos las últimas fotografías como quien se despide del fin de semana y cuando finalmente arrancamos, me apetece abrir la ventana de mi asiento para disfrutar un poquito más de sol sobre mi rostro, un poco más del aroma a tierra tan peculiar de la sierra, un poquito más de cielo azul en Lima porque si pues, estábamos en Lima.
Ni siquiera me había ido y ya quería volver.
U.
Ni siquiera me había ido y ya quería volver.
U.