Donde mora el sol

mayo 28, 2016 0 Comments A+ a-



Planear durante tanto tiempo un viaje para luego caer en la cuenta de que lo realizarás en muletas no es en primera instancia algo muy alentador pero siguiendo la lógica de ver mejor el vaso medio lleno a medio vacío lo más justo era relajarse, agradecer y disfrutar. Así que retomando la cordura alisté maletas y escapé de la ciudad hacia la tierra de mis padres y mis abuelos y a decir verdad -exceptuando el hecho de que no pude correr como descosida hacia el mar organeño ni bajar por las escaleritas marineras del muelle en El Ñuro para nadar con las tortugas- este fue un viaje maravilloso.

La playa de Los Órganos es pacífica y solitaria; su brisa, tranquilizante. Es cierto, las fotografías más valiosas son las que se quedan en nosotros, las que te erizan la piel al activarse el recuerdo, entonces viene a mí el momento exacto en que vi a papá corriendo al encuentro con su mar, los pelícanos posando para mi cámara en el muelle, mi familia riendo y recordando episodios de antaño, mamá y yo escapándonos una mañana a Piura, nuestra tarde buscando los pasos de Marilyn y Hemingway en Cabo Blanco, nuestro paseo en Máncora, el desayuno perfecto en Caleta La Cruz (en donde está la 1° cruz evangelizadora que trajo Pizarro a nuestras tierras), el restaurante de tantas nochecitas deliciosas bajo el algarrobo en la Plaza de Los Órganos, la visita al barrio de mi bisabuelita en Zorritos, mi infructuosa expedición de hacer que mamá suba conmigo al bote para visitar a los cocodrilos en los Manglares de Tumbes. Todos esos recuerdos imposibles de enmarcar se vinieron conmigo. Después de todo es justo reconocer que hay cierta belleza en lo imperfecto, una extraña sabiduría que te deja el dolor cuando lo llevamos como souvenir en el equipaje.

U.