Una lucha contínua
Cada vez que leo algún poema sobre la violencia de género o sobre el machismo me duele el estómago, sudo, me acelero. He notado en los varones varias reacciones: algunos fruncen las cejas, otros se ríen, otros se indignan, muy pocos aplauden. Las mujeres casi todas me animan, otras me miran sigilosas y es que algunas de ellas son machistas sin saberlo y aún no saben muy bien qué hacer.
Por mi parte, siento cómo la indignación va creciendo en mi vientre con el paso del tiempo. El machismo es para mí como una gran ola que en algún momento me revolcó dejándome desnuda sobre la arena sin ánimos ni fuerzas. Ahora me siento también una gran ola. Entonces me preparo, voy al encuentro.
A veces oigo decir “la violencia de género y el machismo son temas trillados, un cliché”. Yo escucho todas las opiniones, les doy vueltas, las digiero. Se me ocurre que tal vez habría que buscar distintas maneras de luchar, inventar palabras. Me pregunto si aquellos hombres seguirán frunciendo el ceño y/o sonriendo si alguna de sus hijas fueran violadas, sus hermanas mutiladas, sus madres asesinadas... No, el argumento no es válido. No pedimos respeto porque podríamos ser sus hijas, madres o hermanas, sino porque somos seres humanos y merecemos vivir con todos los derechos que ello amerita. He hablado muchas veces sobre este tema y es verdad: a veces me agoto. Pero la realidad es un recordatorio palpitante, una alarma inapagable de las voces ahogadas, las que no llegaron a la orilla. Son ellas, las voces muertas, las que recitan en mi mente desordenadamente. Todas quieren ser escuchadas, soy solo un instrumento.
Hoy 06 de febrero, Día Internacional de Lucha contra la Ablación femenina, me pregunto si aquellas personas que se ríen de nuestra lucha están también castradas, solo trato de comprender.
U.