Volver a leer.
Una de las peores cosas que le puede ocurrir a alguien acostumbrada a hacer muchas cosas, que disfruta de tanto y que siempre necesita "tiempo" para las mil y un cosas que tiene marcada en su agenda es, precisamente, desperdiciarlo.
Es lo único que no podemos recuperar: El tiempo. Y en estos casi ocho meses he sentido que se me ha escurrido como agua entre los dedos (sí, como los relojes blandos de Dalí). Otra de las cosas crueles que he soportado, sobre todo en los cinco primeros meses desde que me accidenté, ha sido escuchar los consejos sobre qué hacer en esta temporada con tanto tiempo libre, como por ejemplo leer o escribir. Debo confesar que esta ha sido una de mis peores torturas. Para alguien que ama la literatura tener tiempo para sus libros es un gran lujo que solo podemos darnos al viajar o tener vacaciones, pero en todo este tiempo no he podido leer ni mucho menos escribir. Aún no he podido disfrutar de todos los libros que mis amigos me llevaban como consuelo y/o distracción a la clínica. Cada vez que intentaba comenzar la primera estrofa de alguno de ellos mi mirada se dirigía al final de la página. Perdí la concentración y debí leer y releer y releer agotadoramente.
Mi psicólogo recomendó sencillamente abandonar la narrativa. La poesía entonces se convirtió en ese acompañante silencioso desde mis primeros días de internamiento. Leía los poemas más pequeños y aún estos debía releerlos mil veces. Algo más había cambiado en mí (a diferencia de antes cuando podía leer en cualquier momento del día inclusive de pié en los buses): Ya no podía leer con ruido, me molestaba hasta lo más imperceptible y entonces debía intentar de madrugada, aunque es increíble lo mucho que se escucha a altas horas de la noche, cuando supuestamente todos duermen.
A los 5 meses, un amigo poeta me recomendó leer "El guardián entre el centeno" de Salinger. Para este entonces yo había tratado de hacer volver mi concentración a punta de sudokus, crucigramas y otros juegos por el estilo y terminé el libro en casi cuatro noches. Era una lectura ágil y divertida y pensé que podía volver a la narrativa desde entonces, pero no fue así. En lo que respecta a la escritura, de todo lo que he escrito en este tiempo casi nada me ha convencido, la inspiración es un bien esquivo en esta nueva etapa de transición un tanto difusa. Sin embargo, escribo esta nota hoy que me dieron una ganas tremendas de volver a la narrativa. Escojo entre mis nuevas joyas una novela de la pintora belga Pilar de Arístegui que una pareja de amigos muy queridos me obsequió en mi último cumpleaños.
Creo que estoy lista.
U.